En busca del favor de Dios
Leer | PROVERBIOS 3.3, 4
¿Se ha sentido tentado a pensar alguna vez que el Señor
tenga favoritismo? Algunas historias de la Biblia dan esa impresión. Hablemos
de María, por ejemplo. Cuando el ángel Gabriel la vio, le dijo: “¡Salve, muy
favorecida! El Señor es contigo” (Lc 1.28). Pensemos después en Moisés; Dios le
habló cara a cara, como habla alguien con su amigo (Ex 33.11). Y, por supuesto,
tenemos a Samuel, quien crecía en el favor del Señor y en el de toda la gente
(1 S 2.26 NTV). La Biblia dice que Dios no dejó caer a tierra ninguna de sus
palabras (3.19). ¿Son ellos ejemplos de favoritismos?
A pesar de las apariencias, no es así. Como aprendimos en la
meditación de ayer, Dios puede conceder o quitar el favor, pero eso no sucede
arbitrariamente. El favor de Dios está disponible para todos.
¿Cómo se obtiene, entonces, el favor del Señor? Ante todo,
hay que pedirlo. El salmista dice: “Supliqué tu favor con todo mi corazón” (Sal
119.58 LBLA). Luego, en el pasaje de hoy en Proverbios, aprendemos que podemos
hacer nuestras la misericordia y la verdad, y que ellas pueden llevarnos al
favor ante los ojos de Dios y de los hombres.
Un pasaje de la Biblia especialmente útil se encuentra en el
Salmo 25. Aquí se nos dice que “los secretos del SEÑOR son para los que le
temen” (v. 14 LBLA). La palabra “secretos” en este contexto se refiere a una
comunión dulce y estrecha. Esta comunión está disponible para quienes temen a
Dios, lo que significa que son para todos los que deciden andar en bondad,
obediencia y el temor del Señor.
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