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domingo, 26 de mayo de 2013

Mayo - 26 - 2013 Semilla al que siembra

Semilla al que siembra


Todo lo que tenemos es un regalo de Dios, y cuando compartimos lo que Él nos ha dado, tenemos parte en una bendición aun mayor.

A veces, regalar lo que atesoramos o por lo que hemos trabajado, puede sentirse como un gran sacrificio. Aun cuando queremos ser obedientes al Señor, compartir nuestro tiempo, dinero, recursos o esfuerzo emocional, puede ser un problema debido al costo que esto representa.
Sin embargo, cuando damos algo a Dios, ¿no estamos simplemente devolviendo a Aquel que nos dio los medios para dar? El autor C. S. Lewis compara esta realidad con una niña que le pide dinero a su padre para comprarle un regalo de cumpleaños; el padre es bendecido por el amor que hay detrás de su presente, pero, en realidad, él es quien le dio a ella el dinero para que pudiera dar. “Cada facultad que usted tiene, su poder para pensar o para mover sus extremidades, le ha sido dado por Dios”, escribe Lewis. “Si usted dedicara cada momento de su vida exclusivamente para servir a Dios, no podría darle nada que ya no le pertenece a Él… Cuando un hombre descubre esta verdad, Dios puede realmente trabajar. Es después de esto que comienza la vida verdadera. El hombre está despierto ahora”.
Pablo escribió a los cristianos de Corinto acerca de la iglesia de Macedonia, que ejemplificaba el significado de dar sin reservas. Aunque ellos mismos estaban experimentando tiempos difíciles, encontraban gozo y bendición en vivir con generosidad. Pablo estaba siempre recaudando dinero para ayudar a los creyentes de Jerusalén, y los macedonios, en vez de considerarse a sí mismos demasiado pobres para contribuir, quisieron responder a las necesidades de estos hermanos con los regalos que Dios les había dado. El apóstol quería que los corintios fueran inspirados y motivados por el ejemplo de esa iglesia. Él no estaba tratando de avergonzarlos para que dieran de su abundancia. Más bien, explicó que cada persona debía obedecer deliberadamente la dirección del Espíritu Santo para dar generosamente, y no por presiones externas o compulsión emocional. Pablo quería que entendieran cómo funciona realmente la generosidad para quienes son parte del reino de Dios.
En Marcos 12.41-44, Jesús nos dio una imagen clara de lo que le importa a Él: el valor del regalo no está en su monto. Cualquier líder religioso que estuviera pendiente de las ofrendas en el templo ese día, se habría apresurado a llamar ofrendas “generosas” a las que daban los adherentes ricos. Pero Jesús alabó la humilde ofrenda de una viuda pobre. Mientras que sus dos monedas habrían parecido insignificantes a los demás, Él vio que ella había dado todo lo que tenía. ¿Estaba Jesús elogiándola por su martirio, al dar sus medios de supervivencia por devoción? No lo creo. Esta viuda, obviamente no veía al dinero como su fuente de provisión; todo lo que ella tenía le pertenecía a Dios. Estaba segura de que si el Señor la impulsó a dar estas monedas que Él le había dado, Dios proveería para sus necesidades de otra manera. Incluso el rey David, quien administró una inmensa riqueza material en sus últimos días, reconoció el mismo principio. En 1 Crónicas 29 oró, diciendo: “¿Quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos. Porque nosotros, extranjeros y advenedizos somos delante de ti, como todos nuestros padres; y nuestros días sobre la tierra, cual sombra” (vv. 14, 15).

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